CABALLO CALLEJERO
«Y el fantasma tuyo sobre todo»
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La dama a caballo - Alfred Kubin |
Lo
esperaba todas las noches. Llegaba siempre cerca de las dos de la mañana.
Estanislao miró el reloj: era la una y cinco. Se paseó en la oscuridad de su
casa, nervioso, pensante, haciendo crujir el suelo de madera. Puso a girar un
disco en el Gramófono, las ondas de los violines levantaban el polvillo
asentado en los muebles. Toda su casa era una pocilga polvorienta.
No muy
lejos, en la cocina, silbaba la pava. Se preparó un café y regresó a sentarse
en su sofá cubierto por telas viejas; algo de polvo voló por sus costados.
Bebió el café temblando, oyendo el ronroneo de su gato que, gozoso, restregaba
su lomo contra una pila de libros viejos sobre el piso. Siguió rastreando por
lo bajo en la penumbra de su casa: diarios tostados de sol encimados en varias
partes, pedazos de pétalos secos salpicando la casa en su totalidad, un violín
roto de hace tiempo bajo el sillón de terciopelo verde. Sorbió otra vez el café
y al mirar el reloj de bronce ya eran las y media. Era momento de prepararse.
Se acercó hacia el íntimo espejo de siempre, encendió dos velas, engominó su
cabello hacia la nuca, peinó sus bigotes, se buscó incansablemente los perfiles
de su barba, suspiró profundo, enamoradamente nervioso. Caminó hacia el
perchero testigo, tomó un sombrero negro de terciopelo, sin polvo, luego se
metió en su seleccionado traje de gala. Ya era las menos diez. Bailó junto al
aire, copiando los movimientos que le inspiraban los violines dispersos,
buscando olvidarse de las cosquillas que reinaban en su panza. Se perfumó las
manos, detrás de las orejas, en toda su elegancia, soltó perfume al aire y
zambulló su rostro vacilante. Ahora: las menos cinco. Juntó valor aspirando
fuerte, como si necesitara del mundo para tener coraje. Apagó las velas con una
caricia de aire y enderezando su cuerpo salió hacia la calle para esperarlo.
La noche era una
sola luna redonda y amarilla que teñía las copas de los árboles.
Cruzó el sendero de
piedras de su jardín, cortó las rosas necesarias: una la puso en la solapa de
su traje azul, la otra la mantuvo en la mano. Llegó hacia la verja sin rejas y
se sentó cuidadosamente. El caballo, esquelético, dobló en la esquina,
tambaleándose. Llevaba su cabeza gacha, resoplaba una espuma blanca y olorosa,
y sus piernas le trastabillaban llenas de debilidad. Estanislao no se
sorprendió, siempre andaba así, merodeando el pueblo, hurgando en bolsas de
basura, arrastrándose en los días de tormenta para dormir bajo los camiones.
Ahora estaba
llegando hacia la casa de Estanislao, éste, indiferente, estiró su brazo hacia
un costado, volteando la cara hacia el lado opuesto, aguantando el aire para no
respirar su apestoso olor. El caballo avanzó torpemente, con su cuerpo
inclinado hacia la izquierda. Mantuvo la mano suspendida hasta que, como
siempre, el caballo, desganado, atrapó desde el tallo la rosa enamorada.
Estanislao regresó su mano velozmente hacia su pecho, se movió con torpeza
hacia su jardín y aspiró un aire digno. El caballo siguió, sin detenerse, por
la calle de tierra. Llevaba la rosa en su boca, resopló algunas veces en la
ventanilla de un Peugeot pero Estanislao lo animó insolente para que avanzara.
Se quedó mirándolo, mordiéndose las uñas, observando como se iba perdiendo en
la oscuridad del camino ya sin postes de luces. Ahora, más nervioso que nunca,
entró en su casa, arrojó el sombrero hacia el sofá, comenzó a desvestirse con
culpa, sintiendo el aroma de su perfume y llenándose de rabia, sabiendo que lo
había usado al vicio, que no había tenido sentido prepararse tanto, pisoteaba
la rosa de la solapa lleno de furia, despedazándola con la punta de sus
zapatos, tiñendo la madera gastada, arrojó los zapatos contra los adornos,
pateó la pila de diarios, puso sus manos en la cabeza y se alejó llevando su
espalda contra la pared, temblando de impotencia, sus dientes se chocaban llenos de cobardía, pensó en soltarse de rodillas al suelo y de a gatas abrir el cajón
para buscar la foto de su amada, pero no tuvo ni siquiera ese coraje.